Con el aprendizaje basado en la indagación, el alumnado puede abordar las materias de ciencias de una forma teórica y práctica, ya que se trata de investigar un tema a partir de preguntas e hipótesis, llevar a cabo una serie de experimentos y extraer una serie de conclusiones. Mostramos en qué consiste y cómo aplicarlo en las aulas.
El aprendizaje basado en la indagación (también conocido como ABI) es una metodología activa con la que el alumnado investiga las distintas relaciones causales que pueden existir entre dos o más fenómenos científicos. Para ello, investiga un tema, formula diferentes preguntas e hipótesis y lleva a cabo distintos experimentos con los que conseguir una serie de resultados y extraer conclusiones.
En otras palabras, con este tipo de aprendizaje los estudiantes siguen métodos similares a los empleados por los científicos profesionales teniendo como principal objetivo el de construir conocimiento sobre un hecho concreto. Así es como se define en ‘Phases of inquiry-based learning: definitions and the inquiry cycle’, un estudio realizado por los expertos Constantinos Manoli, Margus Pedaste, Mario Mäeots, Leo Siiman, Ton de Jong, Siswa A. N. van Riesen, Ellen T. Kamp, Zacharias C. Zacharia y Eleftheria Tsourlidaki.
Asimismo, también tiene como finalidad involucrar al alumnado en un proceso de descubrimiento científico con el que trabajar las materias de ciencias. Tal y como se indica en el informe ‘La enseñanza de las ciencias basada en indagación. Una revisión sistemática de la producción española’ de la revista de Educación del Ministerio de Educación y Formación Profesional, este aprendizaje contribuye a la alfabetización científica, incentiva las vocaciones científicas y mejora la imagen y actitud hacia la ciencia.
En dicho proceso, el alumnado desarrolla capacidades relacionadas con distintas competencias como el pensamiento crítico y reflexivo o la resolución de problemas, además de adquirir una mayor autonomía a la hora de trabajar contenidos científicos, ya que se suele llevar a cabo un aprendizaje autodirigido y una participación activa por su parte.
Para ello, y desde una visión pedagógica, el método se debe dividir en contenidos conectados que guíen a los alumnos en el pensamiento científico. Esos contenidos o unidades son denominadas por los expertos del informe citado anteriormente (‘Phases of inquiry-based learning: definitions and the inquiry cycle’) como fases de indagación que unidas forman lo que se conoce como ciclo de indagación. Las fases son cinco: orientación, conceptualización, investigación, conclusión y discusión.
Esta primera fase se centra en estimular el interés y la curiosidad del estudiante sobre un tema a investigar. Puede ser dado por el docente o por el propio alumno. Una vez elegido, se identifican las principales variables con las que definir el problema en cuestión.
Se trata de que los estudiantes comprendan los distintos conceptos asociados al tema a indagar. Se divide a su vez en dos fases: cuestionamiento y creación de hipótesis. En la primera, deben formularse distintas preguntas de investigación (abiertas) sobre el tema, mientras que la segunda trata de generar una hipótesis comprobables a partir de las preguntas de investigación. Ambas se basan en una justificación teórica que puede provenir de los contenidos impartidos en el aula y con ayuda por parte del docente.
En esta tercera fase, se centran en la recogida y análisis de datos con los que dar solución a las preguntas e hipótesis planteadas en la fase anterior. Es el momento de llevar a cabo experimentos y planear el uso de recursos para ello.
En este nivel y, a través de la interpretación de datos realizada en la fase anterior, se podrá volver a la pregunta o hipótesis original y sacar distintas conclusiones sobre las mismas. De este modo, los estudiantes pueden comprobar si las preguntas e hipótesis formuladas al comienzo de la investigación se apoyan o no en los resultados del estudio. Incluso en esta fase se pueden descubrir otros conocimientos teóricos con los que comenzar una nueva indagación.
Por último, se lleva a cabo la presentación de los resultados ante otros compañeros o docentes. En este momento, los estudiantes involucrados en el aprendizaje pueden recibir comentarios y opiniones de los demás. Por otro lado, esta fase también cuenta con una parte de reflexión por parte del alumnado, que gracias al trabajo realizado, puede pensar sobre el éxito (o fracaso) del proceso, cómo mejorarlo y proponer nuevos temas y ciclos de indagación.
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Este método resulta útil en niveles educativos en los que las ciencias tengan un peso importante en el currículo. Por ello, y para aplicarlo, los docentes pueden guiar a los estudiantes en las cinco fases citadas previamente a través de modelos como el ofrecido por el Gobierno de Canarias, un modelo de indagación científica que ofrece una secuencia didáctica general con el que llevar a cabo este aprendizaje. Dividir a los alumnos en pequeños grupos, poner a su disposición un guion con todos los pasos del método científico y ofrecerles ayuda con el contenido teórico son algunas de las recomendaciones en dicho modelo.
Otra propuesta de aplicación podría ser la investigación de un tema ya analizado en el libro de texto de ciencias y plantear una pregunta abierta en la que basar la indagación. Así fue como lo hicieron en el IES Miguel Hernández (Alicante) que, con el objetivo de acercar el tema de los animales invertebrados en primero de Secundaria, partieron de la siguiente cuestión: ‘¿Qué nos diferencia de un saltamontes?’. A partir de ahí, el alumnado planteó distintas hipótesis y elaboró un índice del tema para abordar esa primera pregunta inicial. Dividido por grupos, propuso distintas soluciones y expuso conclusiones a través de otras preguntas relacionadas con la morfología de estos animales invertebrados y sus características, entre otras.