Son muchos los expertos y miembros de la comunidad educativa que defienden que el sistema tradicional de evaluación sólo pone a prueba la memoria de los alumnos, por lo que no fomenta un aprendizaje profundo. Por ello, cada vez surgen más alternativas a los exámenes tradicionales, como pueden ser las dianas de autoevaluación o los exámenes cooperativos. A continuación explicamos en qué consisten.
“¡Apuntaos el examen en la agenda!”, recuerda el profesor. A partir de ahí, comienzan un par de semanas en las que los alumnos compartirán apuntes, esquemas y anotaciones y dedicarán muchas horas a memorizar todo lo impartido en clase. Llega el día del examen: el estrés y el miedo flotan en el ambiente y, a la orden del profesor, comienza la prueba. En unos días tendrán su nota. | ![]() |
Esta situación podría ser una representación del sistema tradicional de exámenes que se lleva a cabo en la mayoría de las aulas españolas. Sin embargo, con la popularización de nuevas metodologías de aprendizaje, son muchos los expertos que defienden que también son necesarias otras formas de evaluación. Un ejemplo es el británico Richard Gerver, conferenciante, asesor del gobierno británico en materia educativa y autor de múltiples libros que abogan por la renovación del sistema educativo. Es, también, un defensor del modelo que tienen en países como Finlandia: “no educan a los niños para pasar exámenes, sino que se centran en el desarrollo de toda la niñez, todo lo relacionado con el cerebro, el corazón...”.
Y su ejemplo no es el único. A nivel nacional, por ejemplo, destaca la voz de Pablo Poó, profesor de Lengua y Literatura que también ha escrito varios libros en los que defiende que hay mejores formas de evaluar que los exámenes tradicionales. De hecho, afirma que éstos son "sólo un método basado en una herramienta concreta del proceso de aprehensión de conocimientos del ser humano: la memoria”. Así, explica que los mecanismos cognitivos de los que gozamos como especie son variados, “en unos prevalece la memoria, en otros la capacidad de relación, en otros la de síntesis, o la de abstracción, o la búsqueda de información, o su aplicación práctica… Todos ellos, en conjunto, reflejan el éxito del proceso de enseñanza-aprendizaje”.
Como consecuencia a estos nuevos reclamos, van naciendo alternativas al modo tradicional de poner a prueba el conocimiento del alumnado. Algunos de estos pueden ser dianas de autoevaluación, exámenes cooperativos o la evaluación con rúbricas.
En la práctica, son muchos los centros que ya apuestan por estas y otras alternativas en su objetivo de que los estudiantes disfruten de un aprendizaje más significativo y que les acompañe a lo largo de su vida. Por lo tanto, también son abundantes los ejemplos, que suelen coincidir con centros que apuestan por las metodologías activas.
Uno de ellos es el colegio público Trabenco, en Leganés (Madrid): un centro de Infantil y Primaria en el que el tiempo no se organiza en asignaturas sino que tienen un método propio que no se rige ni por exámenes, ni libros de texto, ni deberes. Y, ¿cómo trabajan entonces? Con proyectos transversales. Escogen un tema a tratar, como puede ser un país y a través de él, tratan contenido de Geografía, Música, Ciencias Naturales… Pero, lo interesante es que no existen las notas. Al final del cuatrimestre, los profesores elaboran un informe cualitativo sobre los conocimientos y capacidades que han adquirido los estudiantes.
Otro ejemplo es el colegio Hispano Inglés de Santa Cruz de Tenerife. En él realizan exámenes cooperativos, y lo implementan hasta en 2º de Bachillerato. Y tras su implantación, han apreciado beneficios como: la adquisición de una responsabilidad grupal, que se promueva la ayuda en beneficio del grupo, se trabaja para un fin que no es individual sino grupal, etc.
En Bilbao, por último, en el centro Begoñazpi Ikastola entienden la evaluación como “un proceso de toma de conciencia”, es decir, defienden que los alumnos participen en su propia evaluación, guiados por los profesores. Utilizan una metodología desarrollada por la Universidad de Harvard, llamada la ‘enseñanza de la compresión’. Así, los niños se autocorrigen en función de unos criterios que les ofrece el profesor; después es otro alumno quien les corrige; al final, el docente hace las últimas observaciones. El profesor señala en qué pueden mejorar y al final del curso es cuando reciben una nota numérica.